Fecha de publicación: Octubre 21, 2015
Cuando Henry Miller, uno de los más prototípicos escritores de los Estados Unidos de Norteamérica transitó hacia una etapa de maduración como escritor, habíanle sucedido muchas vivencias por demás atribuladas. Voy a referirme a este autor no porque sea uno de mis predilectos, traído a mi vida por mi gran amigo Marco Arreortúa, avecindado en Phoenix, Arizona coincidentemente, sino porque para mí representa con su literatura una férrea personalidad que trascendió de la sordidez de las grandes urbes a una sublime filosofía creada y concebida para pensar con profusión.
Sus primeros libros aparecieron en los años treinta del Siglo XX, siendo los inaugurales los famosos Trópicos, empezando por el de Cáncer y seguido por el de Capricornio. En esas, sus primigenias creaciones se delineaba ya un escritor profundo, iconoclasta, de los denominados “Malditos”, con su espíritu crítico que le identificó por su visión de un mundo decadente y del hombre desesperado, perennemente esclavizado por el sistema establecido.Erotismo y erudición, parecieron confluir muy recurrentemente en su obra, Su estilo copioso en la desfachatez hizo de Miller un escritor acerbo. Escribía, como suele decirse, en una especie de fiebre o estado mediúmnico. Además de sus Trópicos destacan Primavera Negra, Moloch, Remember to remember, y desde luego su trilogía de la crucifixión rosada, compuesta por Sexus, Plexus y Nexus lo cual hizo de él un escritor prolífico.
De alguna manera a mis manos llegó un ejemplar del libro que a mi juicio consideré casi inédito: El Coloso de Marusi, escrito por Miller, recuerdo que lo leí con agrado, y me sorprendió mucho descubrir a un autor insólitamente mesurado, traído de los infiernos hacia un lugar tan a fondo y lleno de luz como lo es Grecia, porque precisamente en él narraba sus experiencias suscitadas por un viaje que el autor hiciera a ese país en 1940.
La descripción que nos da de este lugar acariciado, nos lleva a concluir que Grecia es Grecia y lo será por siempre. Cuna de la filosofía occidental en donde el clima intelectual del siglo IV a. c. nos pone en escena a dos de los pensadores más influyentes de todos los tiempos: Platón y Aristóteles, con toda su sorprendente capacidad de razonamiento deductivo que trae hasta nuestros días su forma de pensar y reflexionar sobre el hombre, la vida pública y las ideas. ¿Qué decir de ese preliminar indispensable en la historia de las ideas y de la teoría política que resulta ser La República?A decir de Platón, para gobernar adecuadamente los gobernantes tienen que alcanzar una sabiduría “casi divina” pues “…si han de dirigir el Estado hacia el bien, deben conocer la verdad y no meramente su sombra.” Sostenía Platón que esos hombres virtuosos debían mantener una recia disciplina antes de hallarse preparados para gobernar. La templanza y la justicia como virtudes cardinales para los gobernantes.
Por su parte Aristóteles fue un creador de los conceptos éticos de la virtud, la justicia y el valor. En su doctrina expresó que la generosidad es el término medio entre la ruindad y la prodigalidad, así como la dignidad es el término medio entre la abyección y la arrogancia.Sostiene Aristóteles que un hombre no es virtuoso por el solo hecho de llevar a cabo actos virtuosos aislados, toda vez que la virtud es un estado de conciencia que debe fluir de él, o como también puede decirse, ir a él de un modo natural.
La filosofía de Aristóteles representa así, la última desabotonadura del pensamiento griego, propiamente en su ambiente natural que fue la ciudad–estado, para dar paso a un largo y complejo proceso histórico del Estado, del gobierno y por supuesto de los hombres dedicados a la vida pública.Ya en nuestros tiempos se arguye tanto en la doctrina como en la teoría política, sobre las formas de gobierno y los sistemas políticos que resultan ser más convenientes o inconvenientes a las sociedades, según su entorno y el contexto democrático existente.
Se discute como un fuerte dilema si es mejor o peor un sistema político presidencialista, o uno parlamentario, lo cierto es que tal discusión no resulta objetiva, toda vez que ello dependerá de las circunstancias económicas, políticas y sociales de determinado país o nación.Yo pondría en el centro de la discusión la posibilidad de buscar engarces o pactos a los que formalmente denominaríamos Coaliciones de Gobierno en donde el Poder resulta ser compartido. Al respecto el prestigiado politólogo italiano Giovanni Sartori expresa en su obraIngeniería Constitucional Comparada “…no es sencillo definir que es el poder compartido, pero existen fórmulas para hacerlo.” De esas fórmulas u otras debiéramos comenzar a abrevar para no permitir que envejezca nuestra democracia o se haga caduca, quizá la sociedad advierta que el sistema presidencialista en México y en otros países de la región merece refrescarse, ser más flexible, si bien nuestro presidencialismo no es un poder monolítico como otrora, vale la pena incursionar en nuevos modelos, que resulten además de novedosos, francamente exitosos.
Las Coaliciones de Gobierno pueden ser una puerta a esa compartición que ha prosperado en otros sitios, de aquí la cita a tan grandes pensadores clásicos del mundo griego, que buscaban atemperar al hombre para determinarlo de sabiduría práctica.
Compartir el poder puede ser una connotación dogmática, pero pensar en ello, es dar un primer paso hacia un estado de maduración política que permita el logro de grandes objetivos en la vida democrática de nuestro país, indisoluble vínculo del progreso y desarrollo del Estado.Los problemas de gobernanza y debilitamiento de la democracia, asumen la necesidad de innovar en el imperio político que prevalece y significar a toda costa una renovación que pueda presumir a las generaciones futuras que el hombre público con todo, posee si no los atributos magnánimos con que soñaron los griegos, si un elevado grado de madurez política y responsabilidad social de hondo calado para la colectividad.
Como ha sentenciado la brillante inteligencia de Alexis de Toquevilleen La Democracia en América: “…hay que descubrir nuevos secretos, propios para acrecentar la prosperidad común y cuando se encuentren algunos, apresurarse a ponerlos a disposición de la multitud.”