En muy diversas etapas de la historia reciente de México se ha establecido la posibilidad de realizar una Reforma del Estado mediante la cual puedan ser modificados diversos artículos de la Constitución Federal a efecto de dar un giro al denominado sistema político mexicano, sin embargo las distintas fuerzas políticas representadas en la Cámara Legislativa han impedido tan mencionada reforma, aunado a una serie de intereses creados en el país por facciones de poder que no demuestran interés en ello, por el contrario desearían que muchas de las cosas que suceden en México mantuvieran su estatus para no verse perjudicados con la restricción de múltiples prebendas, obtenidas con el tiempo y por las circunstancias.
Es importante destacar la transformación suscitada no sólo en México, sino en el orbe entero, en donde el fenómeno de la globalidad nos arrastra inminentemente, haciendo del mundo un sitio más pequeño, empero paradójicamente lleno de pluralidad en todos los órdenes, es decir, hay una abstracción del poder mundial por virtud de las modificaciones que han sufrido las estructuras sociales, el cambio de mentalidad humana y el uso de nuevas tecnologías. Como se ha dicho, México no es ajeno a esa diversidad, en donde la sociedad se convierte en un crítico caustico de las instituciones y de las autoridades establecidas.
Los poderes estatuidos sufren una presión social, el poder se fragmenta y diversifica, los principios clásicos que han sostenido a las modernas teorías políticas han dejado de tener vigencia, es decir, naturalmente se transforman. Tales razones alertan para que las estructuras de gobierno y los sujetos que subyacen a ellas sean mérito de estudio y de cuidadoso análisis, a fin de encontrar respuestas a problemas surgidos en este nuevo siglo.
Diríamos que México es una nación relativamente joven desde su contexto histórico; se ha celebrado el bicentenario del movimiento que dio luz a la independencia de la Corona española, sin embargo es hasta después de 1821 que comienza a delinearse la nueva República, en medio de una lucha ideológica entre liberales y conservadores que pugnaron los primeros por establecer una República Federal, en tanto los otros se entusiasmaban más por centralizar el poder y mantener vínculos con potencias extranjeras.
Hacia fines del siglo XIX, Porfirio Díaz, asumió el control del país, estableciendo una dictadura por más de treinta años que generó un descontento social a grado tal de provocar la primera revolución de su naturaleza en el siglo XX: La denominada Revolución Mexicana.
La Revolución Mexicana, en sus orígenes, fue un movimiento social que en su propio proceso evolutivo, como es natural, fue politizándose, hasta polarizarse de tal suerte que de un lado y otro se enfrentaron los propios caudillos. A la luz de la historia, pudiéramos afirmar que este movimiento ha tenido una transfiguración cultural que dice mucho de los que somos los mexicanos contemporáneos, o de lo que asumimos como tales. En esa tesitura surge el caudillismo como un fenómeno histórico y social que puso en el escenario político a personajes particularmente característicos o estereotipados en una forma de ser y actuar muy singular. Críticamente se ha analizado la figura del caudillo como un personaje latinoamericano, participativo y bravío en las batallas, pero también como una figura central que dio origen a un régimen del cual no podemos soslayarnos: El Presidencialismo latinoamericano.
Los caudillos eran quienes por su carisma y valor llegaron a asumir el control de los ejércitos y después de las regiones, a grado tal que cuando culminaban las guerras internas, recaía en ellos, por su carisma, la responsabilidad de asumir el control político, sin embargo, sus cualidades de valor y estrategia militar no les dio –per se- la capacidad y la mesura para asumir el mando público. Pedro Castro, autor de El caudillismo en América Latina, ayer y hoy, afirma que “El origen de la palabra caudillo viene del diminutivo latino caput que significa “cabeza”, ”cabecilla” y aunque no existe una definición actual, única e incontrovertible, tanto en términos académicos como populares el término evoca al hombre fuerte de la política y el más eminente de todos, situado por encima de las instituciones de la democracia formal cuando ellas son apenas embrionarias, raquíticas o en plena decadencia.”
Lo arriba mencionado, resulta ser un antecedente muy importante del surgimiento de los regímenes presidenciales en México y América Latina, siendo el presidencial mexicano, el modelo clásico presidencialista que persigue una marcada separación de poderes que diversifica y estatuye las competencias de cada uno de ellos, es decir, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial.
El sistema presidencial se caracteriza fundamentalmente porque la titularidad del gobierno recae en un solo individuo, investido de facultades de representación en calidad de Jefe de Estado y de gobierno a la vez; al ser el titular del Poder Ejecutivo dentro del principio clásico de separación de poderes, se le atribuye independencia respecto de los otros poderes y no lo sujeta a la potestad del Congreso ni a él ni a su gabinete, del cual tiene la discrecionalidad de nombrar o conformarlo. Las críticas a los modelos presidenciales no quieren decir que el sistema presidencial, particularmente en México sea ineficaz u obsoleto, sino que necesariamente debe obedecer a una actualización jurídica y política, en razón de las circunstancias históricas, económicas y sociales prevalentes.
Como se ha mencionado, es necesario transitar hacia un mayor progreso económico, político y social de México, es decir, debe asimilarse el concepto de estabilidad y preservarse en el sistema. El riesgo de caer en un sistema caduco, nos haría permanecer en situaciones riesgosas que generen ingobernabilidad. Asimismo, si la crítica sostiene la idea de una percepción social de injusticia o insatisfacción que vaya in crescendo, esta pudiera agudizarse sin razón o justificación reales porque el uso de la información no es del todo objetivo y claro, acendrado además por el complejo y vasto tema de los Derechos Humanos que hoy nos ocupa e impacta a las instituciones.
No se trata desde luego, plantear la sustitución o modificación formal del sistema político mexicano, porque sería un sino sin precedentes, lo que tampoco garantizaría que al hacerlo, los grandes problemas de este país habrían de desaparecer por arte de magia y fácticamente. Lo que se propone es replantear y repensar en un novedoso esquema a través del cual puedan generarse en México pactos formales entre todos los actores sociales que hagan permisible al Poder Ejecutivo el cumplimiento de los planes e iniciativas gubernamentales, traducidos en proyectos a mediano y largo plazo.
Pensamos que una panacea a la crisis política que no es privativa de este país, sería específicamente conformar coaliciones de gobierno que impidan de una vez por todas, el enquistamiento de una ingobernabilidad que pudiera retrotraer la eficacia de programas y acciones gubernamentales destinados a generar apoyo y seguridad a los grupos marginados, tanto como a satisfacer los requerimientos mínimos indispensables de una sociedad como la nuestra.
Todo este desorden, -atribuible a todos-, intenta hacer aparecer a los gobiernos, como entes fracasados e incapaces de satisfacer a la sociedad en sus demandas, y por el contrario terminan decepcionando a un electorado que en su momento depositó su confianza en ellos.
Los diferendos políticos exacerbados, la inmadurez política, la falta de una mayoría congresual en su favor, y otros factores, debilitan al Presidente en turno independientemente de su filiación política, impidiéndole realizar su tarea, o siquiera desarrollar un proyecto de nación a corto plazo. Ese demérito no sólo perjudica a la figura presidencial sino que trastoca al modelo, perjudicando a la democracia como el vehículo indispensable para el progreso y el desarrollo de una nación.
Las Coaliciones de Gobierno han sido probadas con éxito en el sur del continente americano, dentro de los propios regímenes presidencialistas, lo cual debe resultar ejemplar para responsabilizarnos y llevar a cabo las reformas necesarias que impliquen equilibrar el concepto de gobernabilidad en México.
La tarea primordial sería ponernos manos a la obra todos, académicos, empresarios, actores sociales y políticos, para estudiar modelos e innovaciones que en materia de estructura gubernamental se requieran, al fin y al cabo de lo único que se trata, es de salvar la Democracia.